Mientras caminábamos por la calle sentíamos la brisa que nos acariciaba. Era como si fuera la primera vez que lo experimentábamos. Todo era nuevo, fresco y cálido. El olor a jazmines nos abrazaba y reconfortaba el alma.
– ¿Qué sentís? – me dijo con su voz ronca.
No pude contestarle. No sabía qué sentía, tampoco sabía cómo hacer para sentir más, o sentir mejor, o regular mis emociones. Algo en el pecho se me salía de control, se escapaba.
– No siento – le dije.
A pesar de que intenté esbozar una sonrisa fue muy difícil retomar el ritmo. Los jazmines ahora eran asfixiantes y nuestras manos que estaban haciendo el esfuerzo por encontrarse y acariciarse, estaban lejos.
Nos estábamos desvinculando de ese momento mágico que sin querer creamos y que, a causa de la necesidad de poner en palabras los sentimientos, se estaba destruyendo.
– Lo siento, quise decir. Intercambiemos la N por la L. -afirmé con tímida perspicacia.