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Para revivir la niñez hace falta visitar los lugares comunes con esa persona que ya no somos, pero que fuimos, y que vive oculta en nosotros.


Por ejemplo, mirar el carnet de vacunas, revolver los cuadernos viejos de la infancia, visitar lugares que solo fuiste cuando eras niño, mirar introducciones de dibujos animados o programas que solías ver en la televisión, pasar por enfrente (o incluso entrar) en tu antigua escuela, probar un dulce de la infancia, oler un perfume que usábamos de niños, tararear una de las canciones que cantábamos en el coro escolar, pedir que nos lean un cuento de aquellos que fueron icónicos para nosotros o abrazar a nuestros padres con los ojos cerrados y sentir su aroma como si el tiempo no hubiera pasado.


Para revivir la niñez no hace falta mucho más que tiempo para viajar en el tiempo, y fuerza de voluntad para echarle el ojo a aquello que no volverá, salvo que lo invoquemos.

 

Las mujeres crecemos con la idea, o con un chip insertado, de que tenemos que conservar un grupo de amigas para toda la vida. Es con ese grupo que vamos a atravesar los grandes dolores y las grandes alegrías, es con esas amigas que vamos a hacer viajes espectaculares, y vamos a soñar sobre el futuro… y recordar el pasado.


En las películas, en las series, en los libros, nos enseñan que esa fraternidad femenina va por encima de todo. Empieza cuando somos pequeñas y vamos de a dos al baño, y continúa cuando somos adolescentes, y nos juntamos para maquillarnos antes de ir a bailar.


Detrás de esta idea del grupo de amigas, se esconde la necesidad humana de pertenecer. Todos necesitamos asociarnos con un determinado grupo para ser alguien, para existir, para tener y construir nuestro lugar en el mundo.


¿Qué pasa cuando nos hacemos adultas y nos damos cuenta de que ese grupo de amigas no es el lugar donde pertenecemos? Es difícil pensar en volver a construir memorias, en recordar las pasadas y saber que habrá personas con las cuales ya no compartimos la vida.


Estamos hechos de recuerdos, y en esas memorias siempre hay personas que nos marcaron, pero en nuestra cultura occidental los vínculos afectivos tienen una fuerza casi sobrenatural, en la que ser un nómada social, está mal visto.


El problema no es alejarse de las amistades que ya no nos representan, el problema radica en tolerar y seguir construyendo una imagen de nosotras que no somos, con el afán de pertenecer. Si no estás cómoda, si no te identifican, si no te divierten las reuniones, si los valores que tienen esas personas no condicen con los tuyos, si creciste y cuando te constituiste como adulto entendiste que esas otras adultas no tienen nada que ver contigo: tenés que asumir la valentía de elegir la separación, y volver a construir tu lugar con personas que se acerquen a -y legitimen- quien verdaderamente sos.


 
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© 2024 Creado por Emily Cabrera M, todos los derechos reservados

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