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Estoy posponiendo la escritura. Es un acto absolutamente consciente donde hago planes en mi mente sobre la importancia de escribir, donde reflexiono sobre la escritura, donde me confirmo a mí misma que soy una artista y quiero ser esto. Sin embargo, lo pospongo. No lo hago. Simplemente no me siento a escribir.


Estoy convencida de que mi mente me lo impide porque siento que, cuando me siente, cuando lo haga, debe salir la obra maestra que mi interior tiene guardada. Literatura alta, de calidad, casi integrada al canon.


Entonces, no escribo. Y leo, camino, hago deporte, cocino -poco-, visito cafés donde prendo la computadora pero lo que hago es escribir mi diario, organizar mi vida, leer artículos. Y sigo sin escribir. Hasta hoy, domingo seis de octubre, donde me dispuse a leer un libro que, como tantos que he leído, no son la gran cosa, ni un Nobel de literatura, ni un nuevo Cervantes (que ni siquiera me gusta). Y este libro es llano, pero profundo. Expone la neurosis del escritor que ni siquiera sabe porqué escribe, pero lo hace.


Leer un libro mediocre me dio la fuerza e inspiración para sentarme a escribir, que hacía meses no lo hacía.


Meses, o muchos días, lo cual es parecido. Entonces hoy dije bueno, voy a escribir sobre el acto de no escribir. Y todo lo que eso significa, saber que hay ideas florecientes en tu interior que no ven la luz. La famosa procrastinación de las palabras. Miro mi escritorio, bien decorado, y siento que falta algo. Pero no falta nada, lo que falta soy yo, sentada acá.


Escribiendo esto.


A veces me pregunto sobre la existencia en sí, no es que vaya a encontrar una respuesta y, sinceramente, muchas veces preferiría no preguntarme nada y vivir en piloto automático. Pero es mi naturaleza, o siempre lo ha sido, desde pequeña. Intentar indagar en mí y entender lo que siento y lo que soy me habilita a conocer diferentes partes de mi ser que me conducen a un lugar mejor… o eso creo.


La realidad es que, como artistas y escritores, vivimos en una sociedad donde prolifera la inmediatez y la exposición y no siempre busco eso. De hecho, muchas veces busco lo contrario. El resultado, sin embargo, puede resultar desagradable cuando me encuentro algo vacía, sin entender cuál es mi propósito.


¿Tengo un propósito?


De momento, es este, escribir.


Hace no tanto entendí o falsamente creí que podía ayudar a otras personas a través de mi escritura, es decir, motivarlas a que escriban también. Eso me llevó a un espiral donde sentía que le debía algo a las personas que me leían. Perdí el foco.


Aunque suene egoísta: siempre escribí para mí. Tener un público es solamente un efecto colateral de una actividad que es inherente a mi existencia. Pese a quien le pese.

 

¿Qué influencia tienen los espacios donde nos desenvolvemos? Definitivamente el aura inspiradora existe y, algunas veces, pesa sobre la disciplina. En esos momentos entramos en el debate de si el arte sobreviene por inspiración o es producto del hacer, sea cual sea la respuesta, el entorno afecta. Los seres humanos han creado arte desde su existencia primitiva, ya sea como medio de expresión o como forma puramente estética. Pintar las cavernas, hacer obras escultóricas, pintar azulejos en los hogares o calles, el color en los edificios, las ventanas, las rejas con ribetes y diversas florituras. La búsqueda de lo estético es casi una acción instintiva para la supervivencia. Los egipcios momificaban a los faraones con sus joyas, muchos sepulcros han sido decorados para preservar post mortem la imagen y el estatus, hasta hemos visto de qué forma los paisajes han sido modificados manualmente para provocar belleza, como un jardín, por ejemplo. A pesar de ello, hoy en día estamos absortos en el concepto de lo aesthetic, y cuestionamos la superficialidad de esta idea. ¿Acaso los autorretratos no eran selfies? ¿Es posible que los espacios artificiales fueran generados de forma consciente y deliberada para crear belleza? ¿Hay algo malo en la belleza y el arte?


La belleza nos une y nos divide, parece que buscarla o provocarla es un acto de superficialidad. Cierta intelectualidad se posa del lado de que el culto a la belleza es un acto de banalidad. Tal vez sea como dijo Anna Wintour, que quienes desprecian lo bello y lo tachan de superfluo es porque no logran comprender el entramado de su mensaje.

En mayor o menor medida, y teniendo en cuenta que para gustos, colores, todos estamos buscando lo estético de forma casi constante. La no estética es una estética también, nuestro aspecto, nuestra forma de desenvolvernos en el mundo, cómo decoramos -o no- nuestros hogares, cómo llevamos el cabello, los libros que escogemos leer (ya sea por su portada o por la narrativa y el uso del lenguaje), las fotos que tomamos, la existencia -o no- de nuestras redes sociales. Vivimos en un mundo donde la imagen ha tomado el poder que siempre pujó por tener, el problema no es el mundo aesthetic que prolifera, el problema es hacia dónde se inclina la balanza en pos de lograr la estética deseada.


¿Qué consecuencias tiene en la vida el peso de lo estético? ¿Determina los valores y forma de vincularse? ¿Cuál es la raíz de que se busque lo aesthetic -ya sea para obtenerlo o huir de ello-?

 
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¿Querés estar en mi universo?

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© 2024 Creado por Emily Cabrera M, todos los derechos reservados

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